Podríamos decir que ha sido en los últimos 100 años cuando se ha acrecentado la idea de que la naturaleza es una fuente inagotable de recursos de la que aprovisionarse. Y, a la vez, un lugar hostil del que debíamos alejarnos todo lo posible. Fuente de peligros, enfermedades y, sobre todo, de una incómoda incertidumbre. Carecer del control de lo que sucede nos produce inseguridad y rechazo. De ahí que, poco a poco, hayamos creado nuestro propio entorno seguro, nuestro ecosistema: las ciudades. Cuanto más lejos de la naturaleza mejor y, para ello, hemos creado enormes obstáculos de hormigón, acero y asfalto que pisotean cualquier atisbo de vida y espontaneidad.